Hace unos días, el diario digital OK Diario publicó un artículo sobre las posibilidades que tienen las algas marinas para combatir el COVID-19. Parece ser que, la Universidad de Puerto Rico y el Instituto Wistar de Filadelfia no son los únicos en fijarse en las propiedades de estos ecosistemas. No obstante, tampoco son muchos más los que apuestan por proteger a las praderas marinas. En Blue Carbon, formamos parte del primer grupo.
Según la organización conservacionista WWF, actualmente las praderas marinas se extienden alrededor de los fondos oceánicos en 600.000 km2. Desgraciadamente, son muchas las actividades potencialmente peligrosas para su mantenimiento: Los fondeos, las redes de arrastre, ilegales la pesca masiva o las aglomeraciones en el turismo marítimo son algunas de las causas para su eliminación.
El problema es que, aun teniendo muchas posibilidades para ser destruidas, sin estos ecosistemas estaríamos acelerando considerablemente la muerte de nuestro planeta. Mucha importancia y demasiada despreocupación. Y es que hay muchas razones para proteger estos ecosistemas marinos: Contribuyen a la transparencia de las aguas litorales, protegen nuestras costas de la erosión que provocan las mareas, mantienen la producción pesquera, filtran la contaminación marítima además de producir oxígeno y limpiar las aguas.
Por proximidad, nosotros estamos especialmente pendientes de la Posidonia mediterránea, una planta de hojas verdes largas y aplanadas de hasta un metro y medio de largo. Su ritmo de destrucción es muy acelerado. El fondeo y las redes de arrastre ilegales son algunas de las causas que las amenazan. Estas provocan una pérdida de entre un 1 y un 5% de posidonia cada año.
Sin embargo, desde Blue Carbon queremos destacar la relación entre las praderas marinas y el oxígeno: Los pastos marinos representan el 10% de la capacidad de los océanos para almacenar carbono. Estos ecosistemas no son menos potentes que los bosques terrestres, y ya va siendo hora de hacerlo saber.
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